11 de octubre de 2012

Ushuaia, donde terminan todos los caminos

Bienvenidos a la ciudad más austral del mundo. Bueno, eso pregonan los argentinos, en realidad hay un pequeño puerto pesquero chileno más al Sur. Nuestra llegada a Ushuaia fue un poco caótica, incluso hicimos dedo en una desértica carretera patagona, sacudidos por el viento y con doce kilos de mochila en la espalda, hasta que nos recogieron un par de buenos samaritanos. En fin, es una larga historia pero aquí estamos, en la Tierra del Fuego, en el fin del mundo.


El día siguiente de nuestra llegada amaneció soleado y decidimos patear el Parque Nacional de Tierra del Fuego, una corta travesía bordeando la costa hasta llegar a la bahía Lapataia. Durante un buen rato, el sendero se adentraba en un frondoso bosque. Pocas veces hemos visto uno tan hermoso, tanto como los bosques élficos de mi imaginación. Tierra del Fuego irradia una belleza antigua y extraña. Los caprichos del clima condicionan sus solitarios páramos, barridos eternamente por el fuerte viento que llega desde los mares australes. Al llegar a la bahía Lapataia, encontramos un curioso cartel indicando el fin de la carretera panamericana, desde Alaska hasta Ushuaia, donde terminan todos los caminos.


Tras cuatro horas de caminata terminamos hartos de pisar el fango que inundaba los senderos. Además, el cansancio acumulado de tantos días montaña arriba y abajo nos había machacado. Necesitábamos reponer fuerzas urgentemente, y para eso nada mejor que la merluza negra del restaurante Tía Elvira ¡Aún se nos hace la boca agua!


En Ushuaia, los Andes se encuentran bruscamente con el océano. A los pies de las montañas nevadas, frente al canal Beagle, se cruzan el Atlántico y el Pacífico. El mar es gris y agitado, los vientos intempestivos y el frío afilado, la tierra cada vez más yerma e inhóspita. Sin embargo, el mar amaneció ayer en absoluta calma, suavemente iluminado por un tenue sol invernal. Una mañana perfecta para navegar. Contratamos en una garita del puerto una travesía para turistas de cuatro horas navegando por el Beagle en una pequeña lancha con cabida para unos diez pasajeros. Zarpamos rumbo al faro Les Eclaireurs y un par de islas donde habitan colonias de leones marinos y cormoranes, parecidos a los pingüinos. Allí se puede observar la vida salvaje en plena libertad, sin la pantalla del televisor por en medio.


Ya era primavera en el Sur del mundo, aunque los vientos gélidos provenientes de la Antártida no prestaban atención a ese detalle y de vez en cuando soplaban en ráfagas que nos entumecían hasta los huesos. Así que, con la excusa de entrar en calor, antes de regresar a puerto el patrón y los pasajeros nos bebimos una buena jarra de cerveza, je, je. Asomados a la baranda de estribor, surcando las frías y oscuras aguas australes, a veces sentíamos cierto vértigo, la sensación de asomarse a un precipicio donde el mundo parece terminar.


Estamos hospedados en una de esas típicas casas de huéspedes de baño compartido que solemos frecuentar cuando viajamos. Algún día nos alojaremos en un Sheraton pero por el momento esto es lo que hay. Después de cenar solemos pasar un buen rato en el salón, donde nos reunimos mochileros de todas partes del mundo. Unos aprovechan como yo para escribir, otros apuran unas cervecitas con el pijama ya puesto, otros parlotean sobre donde han ido y adonde piensan ir luego... En Ushuaia, en Kathmandú, en Kyoto, el ambiente es siempre el mismo. Durante unas pocas noches, suele establecerse una cierta intimidad familiar y pasajera, una complicidad entre desconocidos que compartimos el mismo espíritu viajero.


Ushuaia, la población más grande de Tierra del Fuego, es una pequeña ciudad portuaria en la que todo se ha etiquetado como "del fin del mundo": panadería del fin del mundo, zapatería del fin del mundo, farmacia del fin del mundo... alfajor del fin del mundo... Etiquetas aparte, esas viejas casuchas de chapa ondulada pintadas de vivos colores tienen un cierto encanto. Es agradable pasear por Ushuaia, deambular entre los viejos barcos de carga, tomarse un chocolate caliente a resguardo del frío... En el puerto recalan los barcos que navegan hacia la Antártida, antes de enfrentarse a los monstruos marinos que les acechan en el temido Cabo de Hornos. Tardan días en cruzarlo, quizás semanas, siguiendo la estrella del Sur y navegando bajo la noche austral, tan negra como el vientre de una ballena, rumbo al fin del mundo.

2 comentarios :

Anonymous dijo...

Tráedme una tarjeta de Tia Elvira, un día de esos reservo mesa...

Quina passada de viatge!!, Si es que aquest mon que tenin, es una maravella.

Fins aviat!!
Miquel i Ara

Neus Nebu dijo...

Qué maravilla...