8 de julio de 2015

Masai Mara, el dulce aire de la sabana

La euforia de cumplir un acariciado propósito me desveló por completo y, apenas salió el sol, recogimos las tiendas de campaña y partimos hacia Masai Mara. El camión atravesaba pueblitos paupérrimos, colinas verdes y campos amarillos de cultivo de maíz y palma de aceite. Luego, los poblados empezaron a escasear y el África indomable asomó a ambos lados del camino. Para compensar la belleza del mundo, desapareció el asfalto y comenzó la penitencia interminable de los baches.


Contentos por haber visto las primeras cebras próximas al Masai Mara rumiando hierba junto a la carretera, aparcamos el camión bajo una gran acacia donde Simon, el cocinero, nos preparó un excelente almuerzo. Cada noche, después de la cena, Simon nos preparaba el almuerzo del día siguiente con escasos ingredientes, unos sencillos utensilios de cocina y un cajón metálico sobre las ascuas de la hoguera a modo de horno. Sin embargo, sus habilidades son dignas del mejor chef.


Proseguimos la marcha y empezamos a ver masai, altos y esbeltos, algunos muy ancianos, apoyados en un bastón de acarrear ganado, con las piernas desnudas asomando bajo el manto rojo. Los masai detenían el paso y contemplaban nuestro camión al pasar. A la hora del almuerzo llegamos a nuestro campamento junto a un poblado masai, unas primitivas chozas cónicas con techo de paja y pared circular de adobe. Tras el almuerzo comenzó un espectáculo turístico consistente en unas danzas tribales que, sorprendentemente, me pareció bastante digno. Los masai vestían los atavíos y adornos tradicionales con sus largos mantos rojos, las orejas de lóbulos agujereados, llamativos aros de vivos colores alrededor del cuello y un cuchillos al cinto. Junto al cuchillo, colgaba también un teléfono móvil guardado en una pequeña funda de cuero adornada con motivos geométricos. Obviamente, después de nuestra visita se despojaron de tantos abalorios, incluso alguno debió vestirse con camiseta y vaqueros. Sin embargo, eso no les resta un ápice de autenticidad.


Comenzamos casi de madrugada el recorrido por Masai Mara. Nada más entrar en la reserva, nos recibieron grupos de ñus, cebras, gacelas y jirafas que correteaban libremente sobre las extensas llanuras cubiertas de hierba hasta las colinas azuladas que cortaban el horizonte. La lista de animales que veíamos desde el camión era interminable: avestruces, antílopes, facoceros (jabalíes "pumba"), topis, hienas, impalas, chacales... Un solitario y viejo elefante cruzó la pista de tierra ante el camión, mirándonos indiferente y ofreciéndonos luego el trasero mientras se alejaba con paso cansino. Me emocionó ver por primera vez un elefante en libertad. Éramos Adanes y Evas en el jardín del Edén, la primera vez que ven a un animal majestuoso y se ven obligados a ponerle un nombre a tal maravilla. Conforme el día avanzaba, el calor iba apretando y apenas se veían animales, todo lo más algunas gacelillas protegiéndose del sol a la sombra de los arbustos. A mediodía no asomaba ningún ser vivo bajo aquella sofocante solanera. Volaba el polvo blanquecino a ambos lados del camión mientras recorríamos aquella tierra inhóspita.


Al rato, llegamos al puente que cruza el río Mara, bajamos para pagar las tasas en el puesto de control y por mediación de nuestra eficiente guía Carmen pudimos dar un corto paseo de una media hora por la orilla acompañados por un ranger armado. Las pisadas de los numerosos hipopótamos que chapoteaban en el río convertían la orilla en un negro barrizal donde sesteaban algunos cocodrilos. Cruzamos el puente a pie y al otro lado nos esperaba el camión para reanudar la marcha.


Poco tiempo después, el Rey nos concedió audiencia por fin, un par de soberbios leones de larga melena nos aguardaban. Primero estaban tumbados los dos, luego uno de ellos se sentó con la cabeza erguida, dejando que el aire removiera sus crines. Detuvimos el camión a su lado. El Rey giró levemente la cabeza hacia nosotros y por unos instantes, con sus ojos de iris dorado, nos miró con el desdén de los grandes monarcas.


El calor comenzó a remitir y el día a desfallecer. Los últimos rayos de sol iluminaban la sabana africana con restallantes dorados y, de pronto, como si se hubieran abierto las compuertas del Arca de Noé, apareció una manada de más de veinte elefantes. Más adelante, otras manadas, familias enteras con sus crías, las hembras celosas protegiéndolas y el macho alzando desde lejos su trompa amenazadora. El camión continuó su marcha pasando por multitud de manadas de cebras y jirafas. El polvo se colaba al interior por cualquier rendija, pero yo ya estaba prendida de los colores ocres y el aire dulce de la sabana. La hierba mecida por la brisa polvorienta cubría aquella llanura que parecía interminable a la vista y azulada en el difuso horizonte. Un gran hipopótamo que retozaba en una charca apareció de sorpresa al girar una curva. Un búfalo que cojeaba de una pierna reposaba en la orilla del río. Bandadas de garzas volaban sobre la carretera huyendo al paso del camión.


Por el cielo corrían algunas nubes oscuras que, ya en dirección al campamento, descargaron un súbito y breve chaparrón. Tras la lluvia, llegó una brisa fresca que nos trajo el olor de la tierra mojada. El arco iris hendía el cielo gris como una espada de luz. Caía sobre la sabana la desganada luz dorada del sol. El atardecer africano exhibía una belleza majestuosa y triste a la vez. Triste por saber que presenciamos los últimos días de un mundo libre y salvaje, a punto de ser dominado por el hombre. Pero su hermosura aún permanece inamovible, como si el hombre fuera incapaz de apagar por completo el intenso fulgor de la belleza.
«Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo lo que te resulta familiar y confortable. Estás todo el tiempo en desequilibrio. Nada es tuyo excepto el aire, las horas, el mar, el silencio, los sueños, el cielo...»
(Cesare Pavese)

3 comentarios :

Anónimo dijo...

K,


Una pasada tu relato. Echo en falta rinoceronte, leopardo, guepardo. Sólo 2 leones???
Disfrutar de Zanzibar!!!

El que no vio leones pero vio rinocerontes.

Katiana Marí dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Neus Nebu dijo...

Precioso y evocador.....