15 de diciembre de 2007

India, una voz que susurra en el interior

Siempre soñé conocer la India, ese lugar tan extraño y enigmático que no sabía a ciencia cierta si realmente existía. Aunque me daban un poco de miedo la distancia, el desconocimiento, la malaria y demás calamidades, era de esos miedos que te hacen cosquillas en el estómago y en el corazón a la vez. Y de repente un día, sin pensarlo demasiado, me vi con un billete de avión en la mano.


India es caótica, sucia, mísera. Los hombres a veces son zafios y codiciosos, las mujeres invisibles. Todo lo malo que se diga de ella seguramente será cierto, o incluso peor, y sin embargo me fascina. Quizás sea por el color que inunda las calles, por el bullicio de los mercados, quizás sea por el hechizo de sus ritos milenarios. No sabría explicarlo, pero intuyo que es mucho más que eso. India es un enigma constante. Es un espejo cuyo reflejo no siempre es nítido, un espejo que nos sitúa cara a cara frente a nuestros miedos, nuestras contradicciones. Nunca un viaje fue tan exigente conmigo y a la vez tan generoso. India puso a prueba mis límites, en ciertos momentos, tuve que renunciar a los planes, al control, al orden que tanto necesito, librarme de prejuicios y de todo aquello que me conforma.


La India me dio todo cuanto esperaba de ella, que era mucho. Aunque en ese momento no lo supe, en realidad fue un viaje hacia el interior, hacia las entrañas, donde enmudecen todas las voces, donde sólo se oye el corazón latir, con todos los sentidos dispuestos a vibrar a cada instante, a aspirar el olor a muerte, a cloaca, a sándalo y a vida. Desde entonces, a veces recuerdo con nostalgia esos días y en ese momento oigo una voz lejana, suave, apenas perceptible, que me susurra al oído —Un día volverás.