17 de octubre de 2009

Kyoto, la estela de una geisha

De niña, cuando iba a casa de mis tíos, jugaba a veces con una cajita de ébano grabada con unas pequeñas figuras policromadas. Eran unas delicadas geishas bajo la sombra de un cerezo en flor. Me gustaba contemplarlas mientras mi imaginación volaba al lejano Oriente. Hace poco volvió a caer esa cajita en mis manos, pero esta vez no estaba vacía, contenía unos billetes de avión. Así pues, cargamos la mochila al hombro y, nada más llegar al aeropuerto de Tokyo, nos metimos en un Shinkannsen hacia Kyoto, donde suponía que me estarían esperando aquellas geishas de mis viejas ilusiones infantiles.


El viaje fue agotador, muchas horas de vuelo y a la llegada un trámite tras otro: solicitar el visado, cambiar divisas, canjear el bono del Japan Rail Pass y enseguida coger nuestro primer Shinkannsen (tren bala) destino Kyoto. Tras cuatro horas de tren salimos de la estación en Kyoto y nos encaminamos hacia el hostal mapa en mano, con la mirada curiosa y despistada de unos turistas recién llegados. Tan despistados que nos perdimos y tardamos más de una hora en llegar al hostal. ¡Todas las señales, las indicaciones, los carteles… todo estaba escrito en japonés! Habíamos reservado habitación en una casa de huéspedes cercana a Gion. Después de una buena ducha y un par de bocados de nosesabequé, regresamos a la calle. Y a partir de ahí, empezamos a preguntarnos por qué no habíamos viajado antes a Japón. Gion es un distrito de origen medieval famoso por sus centenarias casas de té y, por supuesto, por las geishas que deambulan por sus calles. A pesar de su declive, las fascinantes geishas siguen teniendo cabida en el Japón moderno. En breves palabras, son profesionales del entretenimiento masculino caracterizadas por una exquisita cultura, sutil elocuencia y refinada coquetería, con grandes habilidades para las artes tradicionales japonesas. Son contratadas para asistir a fiestas y diversos eventos, generalmente en casas de té o lujosos restaurantes, y el coste de su tiempo es medido según lo que se demora en consumirse una varilla de incienso.

Terminamos el día saciando el hambre con unos pinchitos de carne en salsa teriyaki en una típica taberna japonesa. Era de esas en las que el cocinero sirve directamente al cliente, quien está sentado ante una barra alrededor de la cocina entre humo de sartenes, ruido de cacerolas y el vocerío de los cocineros que desmenuzan el pescado con afilados cuchillos. ¡Qué vergüenza pasamos nada más entrar! Por lo visto, en ese tipo de tascas al llegar un nuevo cliente los cocineros suelen recibirlo a voz en grito. Así que imaginaros la escenita: todo los demás comensales observando ávidamente a un par de guiris recién llegados con cara de pasmo.


A la mañana siguiente, aduvimos buena parte del día tras los pasos de una geisha en Gion y Pontocho. La primera vez que vimos a una, a los pocos minutos de empezar a caminar, pensamos que en lo afortunados que éramos, pues no es tarea fácil verlas. Nos atrevimos a pedirle que posara para una foto y accedió amablemente. No salíamos de nuestro asombro. ¿No son tan reservadas y escurridizas? Al cabo de un rato vimos a tres más, y las tres volvieron a posar gustosas para nosotros. ¡Qué suerte! Poco tiempo después vimos a un par, luego a un grupo de cuatro… umm, algo raro estaba pasando. Giramos una esquina y se despejaron todas las dudas. Un llamativo cartel colgaba del escaparate de una tienda de fotografía. Un fotógrafo ofrecía sus servicios a chicas japonesas disfrazadas de geishas. El precio incluía el elaborado maquillaje y vestuario. ¡Vaya chasco, eran geishas de postín! Nos alejamos de Gion refunfuñando por esa ficción carnavalesca y, dejando atrás el hermoso santuario Yasaka, nos adentramos en el distrito Higashiyama. Nos sumergimos en un mundo de belleza infinita a la que rinden culto numerosos templos y santuarios: Heian, Sanju-sangengo, Shoren-in, Chio-in, Kiyomizu-dera… En Japón se celebra la belleza en su estado más puro, austera, sencilla y libre de todo artificio. Ya entrada la noche, en un pequeño restaurante de Gion nos dimos nuestro primer homenaje de auténtico sushi japonés, un verdadero placer para el paladar. Caminando hacia el hostal, al terminar de cenar, pudimos resarcirnos del disgusto de las falsas geishas. A través de la ventana del primer piso de un suntuoso restaurante vimos claramente a una de espaldas. Su nuca descubierta marcada por el sanbon-ashi, ese trocito de piel sin maquillar, irradiaba sensualidad y languidez. Sí, era una verdadera geisha por fin.

5 comentarios :

Anonymous dijo...

hola chicos..!!ya veo que deberíamos incluir japón en uno de nuestros próximos destinos..tiene muuuy buena pinta!!ya esperaba que colgarais algo desde ayer, habeis tardado no??bueno, no os despisteis con tanto cartel japonés, a ver si vais a perderos..jajajaj!! ya os imagino por ahí...tendreis que poner en marcha el sentido de la orientación!! bueno, disfrutad, os mando muchos besotes!!muaaaa!!
leyre

Anonymous dijo...

Irasshaimaseee!

Por fin noticias frescas! Qué bien! Disfrutad de cada momento, cada paso, cada 'grito', cada robado a las geishas.. Sentiros en casa, vivir intensamente cada momento.
Seguiremos esperando nuevas entregas. Queremos másss

Mata ne! ^_^
Neus

Paloma dijo...

Cómo me alegro que el duro viaje ya os haya compensado con esas primeras horas en las que todo ha sido sorprendente...

Aquí pegada seguiré ;-)

Mil besos

bcn family dijo...

acabamos de ver vuestra primera entrada en el blog, que envidia jejeje...

besotes de iván y juanjo, lametones de nova, i petonets meus :)

Anonymous dijo...

La verdad es que Japón es una maravilla..sus paisajes, sus templos, su gastronomia..y sobre todo su gente!Disfrutad cada minuto.

Por aquí la vida es muy dura, ayer mismo tuvimos que pasar un día terrible en Soller tomando una caldereta de Bogavante...qué horror..jajaja

besitos

Marta san