4 de septiembre de 2011

Atenas, un aliento de inmortalidad

¡Atenas! Convocas su nombre y todavía percibes el brillo de su luz desde la distancia de los siglos. Llegamos de madrugada a la ciudad y, habiendo dormido unas pocas horas en el avión y en un incómodo banco del aeropuerto, pillamos metro hasta el centro y de ahí caminando al hostal mochila al hombro. Mientras tanto no podíamos evitar mirar hacia arriba con impaciencia a cada momento. ¿Dónde estará? De repente doblamos una esquina y allí estaba la Acrópolis. Eran casi las ocho de la mañana y pretendíamos subir a ella nada más dejar las mochilas en el hostal, enseguida que abrieran las taquillas. Así que ayer, una mañana de septiembre de sol obstinado, subimos las fatigosas escaleras que conducen a la Acrópolis, el corazón de la antigua civilización griega. Las riadas de turistas entraban y salían de los sagrados templos, pero todas esas hordas de guiris no lograban alterar la grave serenidad de la antigua morada de héroes y dioses. Si alzábamos los ojos hacia el alto frontispicio, de pronto éramos capaces de creer que aquella multitud se esfumaría al momento tragada por el aire. De todas formas, fue una gran idea visitar la Acrópolis a primerísima hora. Al menos por un momento, pudimos pasear entre las piedras milenarias prácticamente solos junto a un grupo de estudiantes de arte y unos turistas japoneses.


La Acrópolis acoge a todas horas mareas incansables de turistas, pero el Partenón vence sobre todo y sobre todos. Es tan soberbio, tan majestuoso, es tan abrumadora su belleza que parece ajeno a las multitudes que lo rodean y lo fotografían sin parar. A pesar de todo el deterioro sufrido por el paso de los siglos su prestancia no se ha desvanecido, la eternidad habita entre sus muros. Si fuera destruido y tan sólo quedase en pie una de sus columnas, seguiría emanando de ella un aliento de inmortalidad.


El rugir del estómago nos hizo recordar de pronto que ya había transcurrido la mañana entera. Después de pasear entre las gradas del teatro de Dioniso bajo el sol abrasador del mediodía, sudando arte por todos los poros, ya pensábamos más en una buena mousaka que en si una columna era dórica o jónica. Nos encaminamos pues hacia Plaka, donde estábamos hospedados, el barrio más popular de Atenas situado a los pies de la Acrópolis, plagado de restaurantes tradicionales y antiguas tabernas. Un encantador reclamo para turistas hambrientos. Después de patear Plaka rematamos el día subiendo al monte Filopappo para ver una hermosa panorámica de la Acrópolis iluminada por la luz rosada y tenue del atardecer.


Esta mañana hemos trasteado el mercadillo de antigüedades dominical de Monastiraki, con infinidad de rarezas y objetos curiosos del baúl de los recuerdos. Pateando algunas zonas de Atenas es inevitable preguntarse a veces cómo la ciudad de Platón, y de Sócrates, y de... cómo puede ser tan fea! Al rebasar los límites de los populosos barrios Monastiraki y Plaka, la ciudad aparenta ser un sucio arrabal, donde las casas antiguas están ya tan deterioradas que no conservan siquiera el encanto de lo decadente. Pero eso qué más da, Atenas será siempre el lugar donde Poseidón clavó su tridente tras luchar con Atenea.

3 comentarios :

Germán dijo...

¡¡¡Que pintaza tiene ese plato de comida!!!...demasiado "light" para lo que nos tenéis acostumbrados, supongo que esto era un entrante para hacer hueco.

Pasadlo bien. Un abrazo.

Mamen dijo...

mmmmm!Qué bueno!!! Bonitas fotos. Un besasso.

Coco dijo...

German, por supuesto que la ensalada griega con queso feta era solo el entrante, por quien nos tomas! Además aquí las raciones son generosas y la comida esta buenisísima, solo pensar en la mousaka ya empiezo a babear....