26 de abril de 2012

Amsterdam, el mercado de los placeres y los vicios

El tren de cercanías llegó a la hermosa Estación Central de Amsterdam y a los pocos minutos salimos a la calle. Era ya de noche, desplegamos el mapa y empezamos a caminar en dirección al hotel, a unos pocos pasos de la estación. No podíamos dejar de mirar con curiosidad por todos lados. Con curiosidad y un poquito de recelo, porque a cada paso que dábamos nos esquivaban al menos un par de bicicletas. Primero una media docena, al cabo de unos metros ya era una veintena, y al llegar al hotel ya nos habíamos cruzado con un centenar. ¡Las bicicletas habían invadido la ciudad!


A lo largo de cinco siglos, la ciudad se ha ido ampliando a la vera del rio Amstel. Durante el siglo XIX se construyeron una serie de canales semicirculares en torno al centro medieval adoptando una curiosa forma de herradura, lo que facilita mucho la orientación. Así pues, a la mañana siguiente pudimos recorrer en un solo día el núcleo central donde se ubican la Oude Kerk, la plaza Dam, y otros nombres que escritos sobre un papel no son más que simples referencias, pero cobran sentido cuando se contemplan reflejados en las turbias aguas de los canales y envueltos en un halo de romanticismo.


Inevitablemente, Amsterdam se asocia siempre a los coffee shops, donde pueden consumirse legalmente pequeñas cantidades de marihuana, y al barrio rojo, al barrio del puterío, hablando claro, que es legal en Holanda. Las señoritas que quieren dedicarse al oficio pagan su cuota a la Seguridad Social todos los meses asegurándose así asistencia sanitaria y derecho a una pensión. Aunque uno no desee pasar por allí por cuestiones morales o puritanismo no hay más remedio, pues está justo en medio del centro histórico. Como nosotros ni somos puritanos ni tenemos conflictos morales con la prostitución legal curioseamos un buen rato. Realmente había motivos para alegrarse la vista, algunas chicas eran espectaculares. Pero de vez en cuando nos topábamos con alguna señora mayor en ropa interior. Nos observaba tras un escaparate iluminado por sórdidas luces rojas, con el rechoncho cuerpo propio de la madurez y la mirada cansada de quien ha llegado al fondo de la tristeza.


Durante nuestro segundo día de estancia en Amsterdam recorrimos el Jordaan, uno de los barrios más bellos de la ciudad. Amplios canales enmarcados por arboledas y elegantes mansiones trazan el Jordaan. Hay varios puntos de referencia para orientarse: el mercado de tulipanes de Bloembgracht, la casa de Anna Frank, bellos canales como Prinsengracht, la iglesia Westerkerk… todos ellos a muy poca distancia entre sí. Pudimos recorrer caminando el Jordaan entero y gran parte de la “herradura”. A ratos se abrían las nubes y un tenue sol invernal acariciaba suavemente la ciudad de los canales.


Era nuestro último día en Amsterdam y el cielo amaneció cubierto de grises nubarrones presagiando tormenta. Poco tiempo después, ya entrada la mañana, la ciudad resplandecía bajo una plateada capa de lluvia. Sentada en una elegante cafetería del canal Singelgracht frente a una humeante taza de chocolate caliente, veía llover tras un ventanal. Afuera, delicadas gotitas de lluvia golpeaban el cristal con un grácil tintineo y la gente caminaba apresuradamente, exhalando al respirar el vaho de una húmeda y fría mañana. Nadie reparaba en la poesía que en ese momento envolvía las calles mojadas.

1 comentario :

Luis dijo...

Precioso relato.