Tokyo, cuando los cerezos florezcan

El despertador sonó el viernes a las cinco de la mañana. Nos levantamos sin apenas poder despegar los párpados y fuimos directos al mercado de Tsukiji, la lonja de pescado más grande del mundo donde se permite el acceso a los turistas en algunas áreas. ¡Cuánta energía! ¡Cuánta vitalidad! Disfrutamos al máximo con la frenética actividad de los pescadores y con la visión de pescado y marisco de todas las formas, colores y tamaños posibles. Aunque no llegamos a tiempo para la famosa subasta de atunes que terminaba a las seis de la mañana. Al terminar la visita desayunamos en una de las tabernas de la lonja. ¿Café con leche y ensaimada? No, sashimi, es decir, arroz con pescado crudo chorreando aún agua del mar.

A partir de ahí, los dos días siguientes nos hemos ido despidiendo de este pais que tan mágicos momentos nos ha dado. Pateamos otra vez los distritos de Ginza, Shibuya y Shinjuku descubriendo nuevos rincones, visitamos el museo Edo, curioseamos con Naoshi por el laberíntico Roppongi atraídos por sus cantos de sirena, nos divertimos otra vez con las locuras del distrito de Harajuku y terminamos nuestra última noche tokyota en un restaurante muy fashion. Volvimos a delegar en Naoshi un menú sorpresa y de nuevo acertó plenamente.

Un brindis de sake, kanpey-kanpey, con el deseo de volver a Japón cuando los cerezos florezcan, un nostálgico anhelo que a partir de ahora siempre se repetirá al llegar abril. El haiku es un poema breve de influencia zen, la forma poética tradicional japonesa caracterizada por la búsqueda de belleza en lo esencial. Dedicado a vosotros, queridos lectores:

Regreso.
En el jardín hay flores
que no conozco.

Muchas gracias por vuestra lectura, a pesar de la distancia había un huequecito para vosotros en la mochila ¡Domo arigato gozaimass!