16 de septiembre de 2011

Samos, Efeso y Pamukkale, los castillos de algodón

¡Huelga de aduanas, socorro! Nada más desembarcar en Samos fuimos a la taquilla de enfrente a comprar los billetes para pasar a Turquía. —Sorry but no habrá billetes hasta pasado mañana, huelga de aduanas, garlic & water. —respondió hastiado el taquillero. Con desazón en el cuerpo nos marchamos a dormir a un hostal a pocos metros de allí.


Por la mañana, amaneció un día espléndido que nos alegró el ánimo. Samos es una pequeña isla montañosa cubierta por el verdor de olivos y pinares y su principal población, Vathy, un elegante pueblo costero de mansiones señoriales revestidas de piedra y tejas rojas. Sin saber qué hacer durante ese día entero en Samos que nos pilló por sorpresa, consultamos a Santa Lonely Planet y, atendiendo a sus sabios consejos, pillamos un bus hasta Kokkari, un bucólico pueblecito pesquero que se extiende bajo una enorme iglesia bizantina. Junto al puerto, una solitaria calita de aguas transparentes reclamaba un chapuzón. ¡Kokkari, qué preciosidad!


A la mañana siguiente nos plantamos en el muelle con los billetes en la mano, planeando visitar Efeso en Turquía esa misma tarde. —No estás en la lista (cabreo) —Sólo hay sitio para grupos de agencias de viajes (más cabreo) —Hasta dentro de cinco horas no hay otro barco (gritos, discusiones, una turista australiana rompe a llorar, el rosario de la aurora). Mientras tanto, empleamos esas cinco horas en visitar otro bonito pueblo, Pythagorio, aunque la impaciencia por partir nos impidió disfrutarlo tranquilamente. Horas después, ya de noche, tras los trámites aduaneros y un árduo trayecto, nos plantamos al fin en Selçuk, Turquía.


 Entre Grecia y Turquía existe una enemistad histórica desde los tiempos del imperio otomano. Son muchas las tretas mutuas: la ocupación turca de Chipre, la firme oposición de Grecia a la entrada de Turquía en la Unión Europea... Sin embargo, es evidente que son muchos más los lazos que los unen, algo más allá de la herencia cultural y de la influencia del uno sobre el otro, algo que ni las rencillas entre pueblos ni el curso de la historia podrá cambiar jamás: las mismas aguas mediterráneas que bañan sus costas.


En un agradable paseo de media hora caminando desde Selçuk, llegamos a Efeso a primera hora de la mañana, una de las ciudades míticas del mundo antiguo que abarca cinco mil años de historia. Es realmente impresionante su estado de conservación y la magnificencia de la biblioteca de Celsus, de la que procede gran parte del saber que ha llegado a nuestros días. Durante casi cuatro horas estuvimos paseando sobre los adoquines de mármol de Efeso, soportando estoicamente un sol abrasador, y sin la sensación de haber abandonado la antigua Grecia aún.


Aunque siglos después apenas lo percibamos, la llama de los antiguos griegos sigue viva en nuestras almas. Todo lo que hoy somos se lo debemos a la indeleble impronta que dejaron en nosotros. Los antiguos griegos intentaron organizar el caos fragmentado bajo la unidad de la luz del pensamiento, de la razón. Bautizaron las estrellas y constelaciones, tradujeron en versos las pasiones humanas, recogieron y catalogaron todo el saber de su tiempo y buscaron incansablemente la belleza a través del arte. Inventaron también la literatura y la reflexión sobre el ser, es decir, la filosofía. ¡Nada menos!


Como Selçuk no da para mucho más, a pesar de ser un pueblo agradable para pasear con un imponente castillo, pasamos el resto de la tarde en Sirince, una bonita aldea a poca distancia de Selçuk en bus. Hoy hemos partido pronto hacia Pamukkale, llegando al mediodía, y ha resultado ser una pequeña decepción. A causa de un terremoto, brotaron de la cima de una montaña varias fuentes termales de alto contenido en minerales, produciendo gruesas capas blancas de piedra caliza y travertino que bajan en forma de cascadas por la ladera. Da la sensación de estar ante una gran catarata congelada de un blanco deslumbrante, los llamados castillos de algodón. Pero, antes de ser declarado Patrimonio de la Humanidad, el lugar estaba totalmente degradado por el turismo, las pozas de agua estaban secas y habían adoptado un tono parduzco. Ahora se está recuperando siguiendo un programa de la UNESCO que consiste en vaciar las pozas de forma rotativa para devolverles su esplendor, aunque de momento no es el lugar de ensueño que uno espera encontrar, habrá que esperar un tiempo. Ya tenemos excusa para volver algún día.

4 comentarios :

Anonymous dijo...

Ayyy qué bonito!!! Disfrutar mucho de esos rincones de ensueño, y no jugueis mucho a Zeus y Afrodita! Muaca!David, Guille y Maika.

Anonymous dijo...

Hola!!! nos ha llegado una postal preciosa.. gracias!!!!

y seguid disfrutando... aqui os leemos con envidia

besos Pilar

Mamen dijo...

joroña que joroña! con aventura huelguera incluida, así tenéis más anécdotas que contar.
Pasadlo muy bien que ya queda menos para volver a la rutina, la crisis,las elecciones...Mientras, seguid disfrutando de vuestro paraiso.

Pd: yo también quiero una postal.:P

Anonymous dijo...

Pamukkale seco, seco??? :(