18 de octubre de 2007

Jodhpur, la ciudad azul

Ayer a las cinco y media de la mañana llegamos a Jodhpur. El trayecto en ricksaw al hostal desde la estación de tren fue descorazonador, decenas de personas dormían en la calle sobre la mierda. De día ves barullo, alegría, colores... pero de noche todo es una fotografía en blanco y negro de la miseria. La India no es un viaje fácilmente digerible para unos turistas como nosotros, refugiados en nuestro pasaporte europeo y tan acostumbrados a vivir bajo la burbuja protectora de un estado de bienestar que no sabemos cómo reaccionar ante viejitos mendigando o niños vagando por las calles a merced de su suerte. A veces nos colocamos unas anteojeras como los burros para ver sólo de frente y camuflar así, con color y exotismo, la mala conciencia del que se sabe un privilegiado.


Una vez libres de mochilas, desayunamos en la azotea del hostal ante unas vistas impresionantes del Meherangarh, la indómita e inexpugnable fortaleza de Jodpur. Al cabo de media hora ya estábamos cruzando sus puertas, sobrecogidos por las robustas e imponentes murallas y la refinada ornamentación de sus celosías de arenisca roja, delicadamente labradas. El Meherangarh se extiende a lo alto de un risco, dominando desde su atalaya la azulada ciudad. En su interior esconde suntuosos palacios que se asoman por el precipicio que cae en picado sobre la ciudad azul. Por un sinuoso camino descendimos hasta el laberíntico entramado de callejuelas de casitas azules que dan nombre a la ciudad. Antiguamente, en Jodhpur se solían pintar las casas de azul para diferenciar las viviendas de los brahmanes, la casta más poderosa de la India, y así han permanecido hasta la actualidad, cautivando a los viajeros que se adentran en sus calles.


De vuelta al hostal pillamos un ricksaw y el conductor insistió en llevarnos por unas rupias más a un mausoleo que venía de camino. Accedimos y resultó ser una maravilla, aunque para llegar tuvimos que dar un rodeo tremendo ya que el conductor nos quería enseñar también, esta vez gratis, la casa en la que vivía su novia, de la que estaba perdidamente enamorado. ¡Cómo íbamos a negarnos! A pocos metros del hostal se encontraba el bullicioso mercado Sardar presidido por la torre del reloj, un popular punto de referencia para orientarse en Jodhpur y no perderse entre los estrechos y azulados callejones que se apiñan en torno al mercado. Al estar tan cerca del hostal, entre nuestras idas y venidas siempre procurábamos perdernos un ratito en el mercado. Atraídos por los olores de especias, por los intensos colores de los saris, por el abrumador vocerío de los vendedores… Todo fluía en un movimiento incesante y alegre, era imposible mantener un rumbo fijo.


Ayer cenamos en la azotea del hostal, al son de la música que nos llegaba desde una fiesta en la calle. Éramos los únicos huéspedes en ese momento, y el chico que atendía la pensión se sentó un ratito a charlar con nosotros animadamente. Se reía a carcajadas contando los pormenores de la ostentosa boda de la actriz Liz Hurley con un descendiente del maharajá de Jodhpur. Por lo visto la ciudad entera se volcó en esa boda y durante meses no se habló de otra cosa, buenos son los indios para cotillear. Esta mañana después de dar una última vuelta por el mercado Sardar y recoger las mochilas, partimos hacia Pushkar en un autobús destartalado de la mejor compañía privada que existe en Jodhpur. ¡A saber cómo sería la barata! Hemos pasado cinco claustrofóbicas horas con las piernas recogidas sobre la mochila y apretujados en un asiento mugroso, aspirando un maravilloso perfume sobaquero y exóticos aromas de cabra y algarrobas. Cada vez que el autobús paraba en algún pueblecito, en pocos minutos se montaba a nuestro alrededor un pequeño y ajetreado mercado ambulante de frutas, zumos de caña, pakoras picantes… A través de la ventanilla del bus veíamos pasar la vida sencilla y apacible del campo, el pastor que conduce el rebaño, la algarabía de los escolares al regresar a casa, el campesino cargando un enorme fajo de alfalfa... De vez en cuando se cruzaba con nosotros algún camello. La monotonía del paisaje y el continuo vaivén del autobús encadenando un bache tras otro nos adormecieron, hasta llegar a un profundo y sosegado sueño. Entonces despertamos en el séptimo cielo…

4 comentarios :

Germán dijo...

¡¡¡Que envidia!!!
Vosotros os quejais de que habia mucha gente en el desierto y q hay mucha pobreza.....pobreza la q hay aqúi, en la UIB, con goteras, se ha caido parte del techo y nosotros aquí mandando renders como miserables....q triste...
Saludos de Eden, pasadlo bien.

leyre dijo...

hola chicos!!
qué bonito parece todo así contado...me encantaría poderlo ver con mis propios ojos...pero me conformaré con ver vuestras fotos. Qué tal con el idioma??
y el paso del tiempo?? no os da la sensación que un día parece mucho mas largo que en palma?? que llevais una eternidad alli??
por aquí siguen las lluvias...es un no parar..me acuerdo mucho de vosotros...escribir más a menudo..
bueno, este finde vamos a madrid, ya os contaré
muchos besos y cuidado con los timos

muuuuaaaa!!!

Anonymous dijo...

El idioma dices? Puedo prometer y prometo que en cuanto llegue a Palma me apuntoa un curso de ingles, porque o no tengo ni idea o estos indios hablam de pena, hablan para dentro como tu decias!

Sobre el mes, dia, hora... no tengo ni idea, ni lo quiero saber

Javi

Anonymous dijo...

Estoy disfrutando con vuestro viaje y además gratis y sin peligro de pillar una diarrea, os añoramos un poquito pero ya falta menos , disfrutarlo por todos nosotros, besos de parte de los "Corleone"