Pushkar, el séptimo cielo

El Séptimo Cielo, así se llama la pensión en la que nos hemos hospedado, The Seventh Heaven, y la verdad es que el nombre va acorde con Pushkar, un pueblecito encantador que se extiende alrededor de un lago rodeado por cuatro colinas. Pushkar nos ha enamorado desde el primer momento. Está considerado uno de los lugares santos del hinduismo, no obstante tiene más de cuatrocientos templos. Continuamente se celebran ceremonias religiosas y rituales en los gaths, las escalinatas que van de los templos al lago donde se realizan las purificaciones. Nosotros nos quedábamos pasmados mirando los ritos sagrados del hinduismo sin entender nada. El aire estaba cargado de misticismo y había una cierta magia en ello. En todo momento, y eso incluye las tres de la mañana, se oyen cánticos religiosos desde los templos que resuenan estrepitosamente por todo el pueblo, especialmente a través de la ventana de nuestra habitación en plena madrugada.

Los lugareños son bastante amables y están muy acostumbrados a los turistas. Los occidentales apenas llamamos la atención aquí, al contrario de lo que sucede en otros lugares de India en los que la gente te mira insistentemente. Muchos occidentales llegan a Pushkar atraídos por una espiritualidad que normalmente es sólo folclore disfrazado de misticismo. Viajan a la búsqueda desesperada de una fe, de una creencia, de un gurú al que seguir, pero suelen viajar mirando siempre hacia fuera y nunca hacia su interior. Esto ha favorecido la aparición de un estrambótico mercadillo de la fe, donde cientos de carteles ofrecen cursos de yoga, meditación, medicina ayurvédica y estancias en ashrams. Pushkar parece una congregación de todo tipo de iluminados de dios. Por un lado están todos los santones hindús haciendo sus rituales en el lago y, por otro, grupos de occidentales hippilondios hasta las orejas de lassi cargadito de marihuana, que en el punto álgido de su colocón les da por hacer misticismo frente al lago, poniéndose en ridículo y haciendo que los indios se partan de risa.

Una flor de loto cayó de las manos de Brahma, el creador del universo, y fue a parar al lago. Por esa razón es uno de los lugares sagrados del hinduismo y sus aguas son purificadoras, aunque hay que ser muy creyente para bañarse ahí, pues las vacas, que también son sagradas, lo usan como retrete y el agua no huele precisamente a flor de loto. En uno de los ghats, un santón nos regaló una flor y nos hizo señas para que la tiráramos al lago como ofrenda. Le preguntamos si era gratis y respondió que sí. Sorprendidos por ese inesperado gesto de altruismo, nos acercamos al agua para tirarla cuando nos advirtió de que si no invocábamos a algún dios no nos traería buenos augurios. Volvimos a preguntarle si la invocación era gratis y esta vez nos respondió con una lista de precios según el dios invocado. Una estrategia de marketing fascinante. Le dimos algo de calderilla y nos miró ofendido como si acabáramos de insultar a todos los dioses del hinduismo, que son varios miles. Eso sí, se metió el dinero en el bolsillo.

Además de las vacas sagradas y de los oteadores de guiris incautos, lo que más abunda en Pushkar son los monos. Una multitud de bandidos saltarines y peludos han tomado posesión del pueblo y se lo han hecho suyo, robando comida de los turistas y cometiendo impunemente todo tipo de tropelías... cabroncetes. Por lo demás es un pueblo muy tranquilo, peatonal, con unas normas muy rígidas como por ejemplo caminar descalzo alrededor del lago, no comer carne -todos los restaurantes son vegetarianos-, no fotografiar los rituales… Esta mañana nos hemos levantado sobre las nueve, mucho más tarde que de costumbre, y hemos ido al templo de Bramha, que es el único del pueblo que permite la entrada a los que no son hindús. Antes de entrar, un tipo nos ha ofrecido pétalos de flor de azafrán para echárselos a Bramha a cambio de unas rupias. Nosotros le hemos respondido con una sonrisa que muchas gracias pero no, que no somos hindús, que sólo visitamos el templo como turistas, no como creyentes. Entonces el tipejo con un cabreo descomunal nos grita que si somos unos ignorantes, que si los dioses son los mismos en todas las religiones, que si bla, bla, bla, y empieza a maldecirnos, escupiendo fuego y veneno en sánscrito. Habrá invocado a Kali, la diosa del mal y la destrucción. Muchos de los que acuden a Pushkar en busca de espiritualidad regresarán decepcionados, pues incluso los santones intentan sablear a los turistas a cambio de una bendición apresurada. Sin embargo, la ciudad sagrada permanece ahí, ajena a toda esa mercadería mística, serena e inalterable desde que el mismo Bramha se bañó en sus aguas, empapando de fe pequeños gestos y grandes anhelos.

Mientras esperábamos el bus a Jaipur que salía a las seis de la tarde (más o menos, que los horarios en India siempre son relativos) hemos tomado un sabroso zumo de mango en un chiringuito de la estación de autobús. Tras apurar el último sorbo, nos levantamos, cargamos con las mochilas y al darnos la vuelta para encaminarnos hacia el autobús ¡pasan a nuestro lado un par de enormes elefantes! Aquí en India, a cada momento se abre una de esas pequeñas cajitas de sándalo llenas de sorpresas que albergo secretamente en el corazón desde que compramos los billetes de avión.