Bali es una isla de turismo de borrachera: sí, es cierto. Casi cuatro décadas de intensa actividad turística han hecho mella en el alma de esta isla: no, eso sí que no es cierto. Todo lo malo que había leído o escuchado sobre Bali era verdad, sí, pero eso no era todo. Hay otra Bali que sigue viva, que sigue bella y alegre, una isla de ensueño escondida tras el cutrerío del turismo masificado de los últimos treinta años. Esa otra Bali sigue ahí, donde siempre. Y quien de verdad la busca, la encuentra.
Tras la llegada en ferry desde Java, organizamos nuestro paso por Bali en torno a una preciosa casa de huéspedes en Ubud, donde pasamos siete noches. Ubud es un pueblo ubicado en el centro de la isla a rebosar de tiendas, agencias de viaje, restaurantes y pensiones para turistas occidentales, pero del que sólo puedo hablar bien. La bruma matutina, las delicadas ofrendas de flores e incienso ante todas las casas y tiendecitas, el musgo que cubre los templos, el bosque tropical que rodea al pueblo y las copas desmelenadas de las palmeras al fondo. Una vez sales de las tres calles principales concentradas en el turismo, Ubud parece otro pueblo.
¿Y luego? Y luego Bali. Luego una moto y cientos de caminos por los que perderse. Sobre la moto, sintiendo el viento fresco en la cara, iban pasando un mar de olas verdes superpuestas, mullidas y cubiertas de hierba, de terrazas de arroz envueltas en selva y palmerales, bosques y más bosques que separan aldeas sin nombre. Y sonrisas, siempre sonrisas. Y templos, templos y más templos, cientos, miles. En cada rincón, en cada curva de la carretera hay una pagoda que se encarama a los cielos, un templete, una hornacina, un noséquéesniparaquésirve con demonios, dragones y elefantes de piedra.
Durante la primera jornada sobre la moto, recorrimos los campos de arroz de Tegallalang hasta llegar al templo Gunung Kawi y los manantiales de Pura Tirta Empul. Cientos de fieles hinduistas acuden diariamente a los manantiales, pues las aguas del Pura Tirta Empul son purificadoras. Era divertidísimo observar a algún que otro turista occidental en busca de espiritualidad, vestido con toda la parafernalia balinesa, purificándose en los manantiales y practicando la meditación de postín, sin perder la ocasión de fotografiarse en pleno trance místico.
Al día siguiente nos dirigimos a Pura Besakih, el llamado templo madre y lugar más sagrado de todos los balineses, pasando por los arrozales de Sideman. Intentando siempre ir por carreteras secundarias, nos perdimos, nos perdimos y nos volvimos a perder. Parábamos en pequeñas aldeas a pedir indicaciones para llegar a Pura Besakih y como respuesta recibíamos sólo sonrisas.
No se puede comprender Bali sin su religión, esa versión del hinduismo con influencias de religiones animistas. Un complejo sistema de rituales que empapan el día a día y rige la vida de los balineses. Sus ceremonias sagradas se viven con una devoción desmesurada. Cada mañana al alba, en cada pequeño rincón, se preparan con esmero miles de ofrendas efímeras de una delicadeza exquisita. Miles de ofrendas hechas con hojas de palma trenzadas, flores, frutas, arroz e incienso que se depositan ante todas las casas, negocios, templos, altares familiares... las motos, ¡por todo!
A lo largo de la carretera, cada dos por tres nos cruzábamos con ceremonias. A veces nos acercábamos discretamente para observar, sin siquiera sacar la cámara de fotos. Puesto que es obligatorio para entrar en cualquier templo, nos vestíamos siempre con el sarong (prenda parecida a un pareo) con más o menos gracia, ejem, ejem. Pero aún así, percibimos que no éramos bienvenidos en las ceremonias religiosas. Las sonrisas que tanto nos prodigaban en cualquier gesto cotidiano desaparecían al entrar en el recinto sagrado. Incluso, al llegar a Pura Besakih directamente nos prohibieron la entrada, así que nos conformamos con ver el templo desde la tapia que separa al mundo de los turistas del mundo de los dioses y los espíritus hinduistas. Pero no importa, para nosotros era sólo una buena foto más, pero para ellos es su vida y su razón de ser. Y eso sí es sagrado.
Templos, arrozales, cocoteros, templos, arrozales, cocoteros... ¡habíamos olvidado que Bali es una isla! y, por tanto, rodeada de mar. Concluimos el tercer día de carretera en el mágico Pura Tanah Lot, un pequeño templo construido sobre una inmensa roca a orillas del mar. Había sido un día intenso, nada más amanecer habíamos emprendido la marcha hacia Pura Ulun Danu, ubicado en un bellísimo entorno neblinoso junto al lago Bratan. Antes habíamos pasado por los arrozales de Jatiluwih y el impresionante Pura Taman Ayun. Y allí estábamos en ese momento, contemplando el atardecer en Tanah Lot, arropados por los espíritus de las mareas.
Lo malo de ser mallorquín es que nuestro nivel de exigencia en cuanto a playas es altísimo, aún así disfrutamos en Padangbai. Sigue siendo una apacible aldea de pescadores junto a una bonita bahía de aguas cristalinas, con unos cuantos negocios para turistas. Subiendo por una colina hay un sendero que termina en Bias Tugal, una cala de arena blanca en la que apenas había media docena de turistas y en la que decidimos descansar un par de horitas. Como el oleaje era tan fuerte fue imposible nadar, así que nos resguardamos del sol en un destartalado chiringuito en el que servían comida rica y barata. Un par de ayam satai, cervezas y plátano frito con leche de coco por cuatro euros, y al pagar sa madona nos regaló unas chucherías de frutos secos. Escandaloso, jeje. De regreso a Ubud paramos en el palacio Kerta Gosa y en el templo Pura Kehen, uno de los más hermosos que pueden verse en Bali. Lo curioso es que no había nadie, ya que no pasan por allí las rutas turísticas habituales.
Quien viaja sabe que siempre ha de partir algún día, así que después de una semana abandonamos Ubud para recorrer el sur de la isla durante un par de días. A medida que dejábamos atrás el verdor de los bosques y de los campos de arroz, nos adentramos en un horroroso batiburrillo de letreros y luminosos superpuestos, vallas publicitarias y un tráfico denso y asfixiante. Kilómetros y kilómetros de hoteluchos, macdonalds, tiendas de recuerdos horteras, pizzerias y hordas de guiris resacosos. Todo el turisteo cutre de Bali se concentra en esta región: Kuta, Legian, Seminyak, Sanur... Nada que no hubiéramos visto antes en Mallorca y nada que nos recordara al Bali que habíamos conocido aquellos últimos días.
Al final de la carretera hacia el templo Pura Luhur Uluwatu, cuando ya no queda más que océano por delante, nos dimos un bañito en Padang Padang, una larga playa que raya en la perfección muy frecuentada por surferos. Las olas rompen en un arrecife lejos de la orilla, por lo que las corrientes no son demasiado fuertes.
Al atardecer llegamos a Sanur, una guardería para jubilados australianos y parejitas de luna de miel donde, por cuestiones prácticas, pasamos una noche antes de embarcarnos hacia Nusa Lembongan. Allí cenamos en un restaurante de comida internacional maravillosamente decorado y lleno de matrimonios occidentales cenando uno frente a otro en silencio y aburridos, mientras sonaban espantosas canciones melódicas. ¿Dónde se había escondido Bali? ¿Dónde habían quedado aquellas sonrisas luminosas, aquel olor a flores e incienso de cada amanecer?
2 comentarios :
leo, aunque no comente.....pasarlo bien lo poco que os queda
besos, david
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